El ahorro de energía en la historia

Desde los albores de la humanidad el homo sapiens procuró salvar energía, tanto para sí mismo -acumulando grasa en su cuerpo cuando podía comer en abundancia para aguantar los días de hambre- como también salvó energía para manejarse mejor en la vida social e individual al mismo tiempo que con ello inducía su propio desarrollo integral. La trayectoria del hombre bien podría explicarse a través de la búsqueda perenne de ahorro energético en sus múltiples formas.

La primitiva domesticación de equinos, vacunos, ovinos, perros y gatos significó en su momento un notable ahorro de energía, al darle a los seres de la antigüedad protección contra alimañas, compañía para cazar, transporte, seguridad y la posibilidad concreta de tener alimentos a la mano. A medida que el genio humano avanzaba, también avanzaba la búsqueda de energía y la mejor forma de preservarla. A los fenómenos naturales como el agua, el aire y el fuego, el hombre trató de controlarlos con la finalidad de ahorrar energía o de generarla en su propio beneficio. Tal fue el caso de las primeras irrigaciones y acueductos para la agricultura y el abastecimiento de agua.

La tecnología primitiva permitió poco a poco la navegación fluvial y marítima mediante barcazas que al impulso del viento avanzaban y así se ahorraba energía mientras se recorrían largas distancias. Con el tiempo vino el vapor, el diésel, la energía eléctrica y hasta la nuclear, todo acompañado de inmensos barcos y hasta submarinos. Las sendas de las primeras etapas de la vida en sociedad fueron otro factor de ahorro energético, ya que por ahí se transitaba en carruajes o en caballos, facilitando comunicaciones al mismo tiempo que se preservaba la energía gastada en esforzadas caminatas. Los romanos construyeron sus famosas “vías”, las que tenían su centro irradiador en Roma, capital del imperio. Era otra manera de ahorrar energía y de avanzar sin esfuerzo para seguir conquistando o preservar lo obtenido. Las modernas autopistas de hoy reflejan ese legado del pasado. Luego vino la era de los trenes y aviones, culminando con la era espacial. Todos esos inventos surgieron durante la eterna lucha del hombre por salvar energía. Los avances tecnológicos permitieron usos alternativos de la energía disponible, al mismo tiempo que todavía se mantuvo la tendencia histórica de la humanidad de intentar ahorrar esa preciosa energía, sea natural o fruto del nuevo conocimiento.

He aquí -sin embargo- que tras una positiva evolución de miles de años hemos llegado a un nivel negativo. El hombre ya no ahorra energía, la dilapida. Este es un giro de peligrosas consecuencias. La falta presente de ese sentido histórico del ahorro energético creó fenómenos desagradables, tales el efecto invernadero y el calentamiento global. Otra falla notable: la creciente contaminación por el uso excesivo de combustibles fósiles.

El hombre olvidó que su existencia, su progreso y hasta su propia evolución, se debieron al sabio uso de la energía. Esta energía ahora se malgasta. La mala utilización y el despilfarro energético de este tercer milenio bien podrían convertirse en algo destructivo de no haber un cambio que reoriente a la humanidad hacia sus propios orígenes, los que tuvieron al ahorro de energía como factor vital de la historia.

AGUSTÍN SAAVEDRA WEISE

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