2017, el año en el que hablar del cambio climatico relega al del tiempo

Fascinante para algunos, conversación trivial para otros, las charlas sobre el tiempo que hace o hará empiezan a ser parte del pasado.  Después de 12 meses plagados de noticias sobre fenómenos climáticos extremos, 2017 se ha convertido en el año en el que el tiempo cedió el testigo conversacional al cambio climático y en el que la ciudadanía se empezó a preguntar si todavía tenemos cuatro estaciones.

Más información: ¿Cómo será 2018? Las diez preguntas que se hace SEO/BirdLife para el año que viene.

Que la alargada huella del calentamiento global se mencione al hablar de las oleadas de incendios, de la inexistencia del otoño o de la sequía, no ha hecho que España haya marcado al cambio climático en su agenda. Según el análisis de SEO/BirdLife, la mayoría de los movimientos del Estado han ido en la dirección contraria, algo tan sorprendente como preocupante para el país de la UE más vulnerable a la subida de las temperaturas.

Para la organización conservacionista, si el 2017 ha sido el año en que el cambio climático se convirtió en un tema de conversación de ascensor, el 2018 ha de ser el año en que las fuerzas políticas, las administraciones públicas y  el sector privado asuman su responsabilidad y eleven su grado de ambición en la lucha contra el principal reto que tiene la humanidad sobre la mesa, ya que condiciona el bienestar social y el crecimiento económico a escala global. 

Que el cambio climático se haya convertido en un tema de conversación casual sólo significa que esta es nuestra nueva normalidad, la normalidad climática. En 2017 hemos hablado de ello más que nunca y, probablemente, se ha generado más conciencia climática que nunca. Sin embargo, eso no se está traduciendo en acción de Estado. O, al menos, en la acción necesaria”, señala la directora ejecutiva de SEO/BirdLife, Asunción Ruiz.

Cuando hablamos de cambio climático, incluso en la más banal de las conversaciones, estamos refiriéndonos a un conjunto de problemas que van más allá de que hace más calor. Hablamos de que la gestión del agua en España no se está adaptando a la normalidad climática, evidenciamos que no se está preparando al campo para sufrir una mayor recurrencia de incendios o constatamos que, poco a poco, nuestro país se está convirtiendo en un desierto, el desierto de Europa. Y mientras nos quedamos sin aves comunes como el gorrión o la golondrina, otras aparecen dejando aún más claro que el termómetro sube. Este año, por ejemplo, es la primera vez que se ha visto a un corredor sahariano, habitual de entornos semidesérticos, criar en la provincia de Granada”, añade. 

Así fue 2017

En 2017, España se secó. La sequía es un problema pero el problema no es la sequía. El problema, a juicio del análisis de SEO/BirdLife, es que no hay agua para tanta demanda y planificación hidrológica española –los planes de cuenca– trata la gestión de las sequías, otra normalidad climática en la península, como si fueran episodios excepcionales e imprevisibles.

La mitad de las aguas subterráneas, la verdadera joya de los recursos hídricos del país, está en mal estado por sobreexplotación y/o contaminación. Esto amenaza humedales clave como Doñana o Las Tablas de Daimiel. Similar situación atraviesan el 42% de los ríos, lagos, estuarios y aguas costeras.

Frente a esta realidad, en España se sigue apostando por incrementar la superficie de regadío en unas 700.000 hectáreas. Y se han proyectado 35 nuevos embalses mientras el Delta del Ebro, por ejemplo, se hunde porque no le llegan los sedimentos de su río.

En 2017, España se quemó. Entre el 1 de enero y el 30 de noviembre, han ardido un total de 176.587 hectáreas, casi el doble de la media de la última década. Enclaves como Doñana se han visto seriamente afectados.

Sin embargo, los gastos en prevención y sensibilización se han vuelto a reducir, y continúa el fomento de plantación de especies arbóreas exóticas y pirófitas. Además, los puestos de trabajo de los retenes y brigadas forestales son precarios e, incluso, alguna comunidad ha flexibilizado el carácter preventivo de la ley estatal y, ahora, las superficies quemadas puede emplearse como pastos. Parece ser que este extremo no será llevado ante el Tribunal Constitucional por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medioambiente (MAPAMA) en 2017.

En 2017, España perdió biodiversidad. Aunque sigue siendo el país con mayor biodiversidad de Europa –con más de 85.000 especies- este año, y después de que organizaciones como SEO/BirdLife aportaran evidencias científicas, el MAPAMA ha declarado “en situación crítica” al urogallo cantábrico, a la cerceta pardilla, al alcaudón chico, al visión europeo, a la jara de Cartagena, a la náyade auriculada y a la nacra común.

Además, un año más, los registros de los programas de ciencia ciudadana sobre biodiversidad siguen dando la voz de alarma. De acuerdo con los datos de la organización conservacionista, al menos una de cada tres aves con presencia habitual en España durante la primavera –aves comunes como el gorrión o la golondrina- experimentó un declive poblacional en su número de efectivos.

El cambio climático y la pérdida de biodiversidad, dos caras de la misma moneda, son realidades incontestables e inaplazables en España. Estamos desprotegiendo nuestro bienestar y nuestra economía. Sin embargo, el Gobierno –y, en general, las administraciones públicas y el sector privado- parecen vivir aislados a este hecho.  Confiemos en que 2018 sea el año en el que no solo hablemos sobre cambio climático, sino el año en el que se actuó con ambición frente él. Esperemos que fue el primer paso para no perder las cuatro estaciones del año. La primera oportunidad para demostrar un cambio de rumbo será la futura Ley de Cambio Climático”, concluye Ruiz.

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