Productos ecológicos: el debate a la inversa

Productos ecológicos: el debate a la inversaAparece a oleadas, pero el debate sobre los beneficios del consumo de productos ecológicos parece que no pierde vigencia en los medios de comunicación convencionales: ¿Es más sano consumir productos ecológicos? ¿Vale la pena pagar más por ellos? Llega el momento de plantear el asunto a la inversa: ¿Hay que consumir productos provenientes de la agricultura convencional? ¿Es mejor para la salud? ¿De dónde provienen dichos productos y cuáles son sus métodos de producción? 

El término «Agricultura Ecológica» surgió en los años 50 como forma de desmarcarse de la agricultura convencional, que proponía el uso creciente de abonos químicos y de productos fitosanitarios basándose en una lógica industrial de aumento de la producción a corto plazo.

Desde hace más de 10.000 años, el modelo agrícola dominante fue siempre el ecológico (rotación de cultivos, compostaje, lucha biológica, abonos verdes, conservación de la biodiversidad y barbecho). Tan sólo hace unos 60 años que, a raíz del desarrollo de la industria agraria y de las posibilidades de transportar mercancías a larga distancia gracias a la abundancia de petróleo barato y a la aparición de grandes centros de distribución, se aceleró el progreso de la agricultura convencional y la marginalización del sector ecológico.

De esta forma se creó una realidad alimenticia completamente opuesta, en la que los productos que son cultivados y elaborados de forma tradicional deben ser etiquetados para distinguirlos de los que se producen de forma industrial, cuya aparición es relativamente nueva.

Actualmente, la mayoría de variedades de frutas y hortalizas que se encuentran en el mercado han sido seleccionadas en función de su rendimiento y de su capacidad para conservarse durante largos periodos de tiempo. Por ejemplo, pese a la increíble diversidad de semillas de tomate existentes, adaptadas a diferentes terrenos y regiones y con una gran variedad de sabores, en los mercados apenas se encuentran unas diez variedades.

La uniformidad de tamaños y la impecable presentación de las frutas y verduras que nos encontramos en los estantes de los supermercados se debe a un aspecto logístico que busca facilitar el transporte y la distribución a gran escala.

Por otro lado, la normativa europea prohibía hasta hace poco la venta de frutas y hortalizas que no cumplieran con unos absurdos «cánones de belleza». Esta práctica, que esperemos comience a desaparecer tras haberse logrado una flexibilización de la legislación europea, es responsable del despilfarro de una gran cantidad de alimentos desechados simplemente por cuestiones estéticas (desde julio de 2009, 26 tipos de frutas y verduras quedaron exentos del cumplimiento de las normas de talla o forma. Sin embargo, los cítricos, tomates, manzanas y peras aún deben cumplir esta normativa).

Siguiendo la lógica del rendimiento y la presentación, cada vez mayor cantidad de verduras tales como tomates, calabacines, pepinos, lechugas o incluso fresas se cultivan de forma intensiva en gigantescos invernaderos. Además, los productores que usan estos métodos no están obligados a comunicarlo.

Fuente_Ladyverd

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